domingo, 21 de febrero de 2016

La ciencia de la misericordia segun Edith Stein por José Manuel Benedicto de la Cruz Triano Rodriguez OCDS


“...Mas como la carne del hombre pecador está en rebeldía contra el espíritu, de ahí que toda vida en la carne sea lucha y dolor: lucha y dolor para el Hijo del hombre aún más que para los demás hombres; y para éstos, tanto más cuanto más estrechamente estén unidos con Aquél. Cristo Jesús inicia su obra de conquista de las almas, exponiendo su propia vida por la vida de ellas, en lucha contra sus propios enemigos y los de las almas. Expulsa a Satanás y demás espíritus malos, donde quiera que tiene un encuentro personal con ellos. Arranca a las almas de su tiranía. Desenmascara sin miramiento ninguno la malicia humana, donde quiera que se le enfrenta ella, ciega, embozada o empedernida. Tiende su mano a todos aquellos que reconocen su condición pecadora, la confiesan arrepentidos y anhelan librarse de ella. Pero reclama de ellos que le sigan incondicionalmente y renuncien a todo lo que en sus almas se oponga a su espíritu, al espíritu de Dios. Por todo esto se atrae la rabia del infierno y el odio de la malicia y debilidad humanas, hasta que esa rabia y odio estallan y se aprestan a darle muerte en la Cruz. Aquí, en la Cruz, es donde en medio de los mayores martirios de cuerpo y de alma, particularmente el de la noche del abandono divino, paga a la justicia divina el precio del rescate por todas las culpas y pecados de todos los tiempos y abre las esclusas de la misericordia del Padre en favor de todos los que no vacilen en abrazarse con la Cruz y el Crucificado.  Sobre estas almas derramará su luz y vida divinas; pero como esta luz y esta vida aniquilan irresistiblemente todo lo que las contradice o se les opone, las almas las experimentan, ante todo, en forma de noche y de muerte. Es la noche oscura de la contemplación, la crucifixión del hombre viejo.”

(Ciencia de la Cruz, del símbolo de esposa y la cruz, Edith Stein)

 

“El Rey que me ha escogido es inmensamente grande y misericordioso”

Mucho estamos escuchando hablar de la misericordia desde la apertura del Año Jubilar proclamado por el Santo Padre. Año de la Misericordia, la Misericordia de Dios, Misericordiosos como el Padre…

Yo quisiera en estos momentos centrar nuestra atención, no en escuchar sobre la misericordia, sino en vivir la misericordia. Porque la misericordia no es una ciencia teórica, ni mucho menos, es en esencia y en su totalidad, una ciencia experiencial, que no experimental. Porque, es indiscutible, que para ser misericordiosos es necesario haber sentido antes la misericordia del Padre.

“El Señor es paciente y rico en misericordia. En su providencia también puede sacar provecho de nuestras faltas, si se las ponemos delante del altar “

Y para ello, antes, hemos tenido que sufrir, en nuestro más profundo centro, que hemos fallado y no hemos estado a la altura.  Tenemos que pasar por la noche primero, para que al subir al otero, buscando una luz que nos indique el camino, buscando a Aquel que más queremos,  por el que penamos y morimos sin sola su figura, lo hayamos encontrado en forma de cruz. Y solo recorriendo ese camino, en subida, sólo al querer subirnos a esa cruz, a la nuestra, a la de cada uno, encontraremos la Verdad de nuestra vida, porque,

“quien busca la verdad, sea o no sea consciente, busca a Dios”.

Y ese encuentro con el Padre, se dará sólo en la Cruz, porque es allí donde está el Hijo, el Amado, y nadie va al Padre sino por El. Jesucristo, es el camino, la verdad y la vida. Jesucristo es, en esencia y verdad, la única Ciencia de la Cruz, y el camino deleitoso hacia el cielo. Sólo allí nos encontraremos con la Misericordia infinita de Dios, sólo en la cruz podremos sentir y vivir esa misericordia, y sólo desde nuestra cruz y desde la vivencia profunda de la Misercordia de Dios en cada uno de nosotros, podremos ser Misericordiosos como el Padre. Porque la nuestra no es Misericordia propia, no nos pertenece. Pertenece a Jesucristo. Él nos la da en la cruz, para cada uno de nosotros, y para que los demás se sientas acogidos y perdonados por el Padre, a través de nosotros.

“Yo solo soy un instrumento del Señor. Al que se
 acerca de mí, quisiera conducirlo a El.”

Porque, conforme vayamos siendo nosotros más misericordiosos con los demás, sentiremos más y mejor la Misericordia del Padre.

Todos, por experiencia, hemos pasado por etapas difíciles en nuestras vidas, todos hemos tenido y tenemos que levantarnos y acostarnos con el peso de una cruz. Antes de tener que hacerlo, yo observaba a mi Cristo de la Buena Muerte, a mi Amado Crucificado, como un espectador, desde abajo. Pero mi propia cruz, me ofrece la oportunidad de poder mirarlo ahora, como si estuviera a su lado, y no desde abajo. Pero también me ayuda a mirar a los demás con esos mismos ojos que, como nos muestra el logotipo del Año Jubilar, son los ojos de Dios.

La Ciencia de la Misericordia, no es otra cosa, que la Ciencia de la Cruz, de la nuestra, de la de Cristo. Yo sólo puedo dar gracias a Dios por llevarla, en la seguridad que el Señor no nos pone pruebas que sean superiores a nuestras fuerzas, pues El nos la dará de sobra. Misericordiosos como el Padre, crucificados como el Hijo, con la fuerza del Espíritu Santo, y siempre, siempre, bajo la capa blanca protectora de María Puerta del Cielo, y vestidos con el Santo Escapulario de la Reina y Hermosura del Carmelo, prenda de la Misericordia de Dios.

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario