“...Mas como la carne del hombre pecador está
en rebeldía contra el espíritu, de ahí que toda vida en la carne sea lucha y
dolor: lucha y dolor para el Hijo del hombre aún más que para los demás
hombres; y para éstos, tanto más cuanto más estrechamente estén unidos con
Aquél. Cristo Jesús inicia su obra de conquista de las almas, exponiendo su
propia vida por la vida de ellas, en lucha contra sus propios enemigos y los de
las almas. Expulsa a Satanás y demás espíritus malos, donde quiera que tiene un
encuentro personal con ellos. Arranca a las almas de su tiranía. Desenmascara
sin miramiento ninguno la malicia humana, donde quiera que se le enfrenta ella,
ciega, embozada o empedernida. Tiende su mano a todos aquellos que reconocen su
condición pecadora, la confiesan arrepentidos y anhelan librarse de ella. Pero
reclama de ellos que le sigan incondicionalmente y renuncien a todo lo que en
sus almas se oponga a su espíritu, al espíritu de Dios. Por todo esto se atrae
la rabia del infierno y el odio de la malicia y debilidad humanas, hasta que
esa rabia y odio estallan y se aprestan a darle muerte en la Cruz. Aquí, en la
Cruz, es donde en medio de los mayores martirios de cuerpo y de alma,
particularmente el de la noche del abandono divino, paga a la justicia divina
el precio del rescate por todas las culpas y pecados de todos los tiempos y
abre las esclusas de la misericordia del Padre en favor de todos los que no
vacilen en abrazarse con la Cruz y el Crucificado. Sobre estas almas derramará su luz y vida
divinas; pero como esta luz y esta vida aniquilan irresistiblemente todo lo que
las contradice o se les opone, las almas las experimentan, ante todo, en forma
de noche y de muerte. Es la noche oscura de la contemplación, la crucifixión
del hombre viejo.”
(Ciencia de la Cruz,
del símbolo de esposa y la cruz, Edith Stein)
“El Rey que me ha
escogido es inmensamente grande y misericordioso”
Mucho estamos
escuchando hablar de la misericordia desde la apertura del Año Jubilar
proclamado por el Santo Padre. Año de la Misericordia, la Misericordia de Dios,
Misericordiosos como el Padre…
Yo quisiera en estos
momentos centrar nuestra atención, no en escuchar sobre la misericordia, sino
en vivir la misericordia. Porque la misericordia no es una ciencia teórica, ni
mucho menos, es en esencia y en su totalidad, una ciencia experiencial, que no
experimental. Porque, es indiscutible, que para ser misericordiosos es
necesario haber sentido antes la misericordia del Padre.
“El Señor es
paciente y rico en misericordia. En su providencia también puede sacar provecho
de nuestras faltas, si se las ponemos delante del altar “
Y para ello, antes,
hemos tenido que sufrir, en nuestro más profundo centro, que hemos fallado y no
hemos estado a la altura. Tenemos que
pasar por la noche primero, para que al subir al otero, buscando una luz que
nos indique el camino, buscando a Aquel que más queremos, por el que penamos y morimos sin sola su
figura, lo hayamos encontrado en forma de cruz. Y solo recorriendo ese camino,
en subida, sólo al querer subirnos a esa cruz, a la nuestra, a la de cada uno,
encontraremos la Verdad de nuestra vida, porque,
“quien busca la
verdad, sea o no sea consciente, busca a Dios”.
Y ese encuentro con
el Padre, se dará sólo en la Cruz, porque es allí donde está el Hijo, el Amado,
y nadie va al Padre sino por El. Jesucristo, es el camino, la verdad y la vida.
Jesucristo es, en esencia y verdad, la única Ciencia de la Cruz, y el camino
deleitoso hacia el cielo. Sólo allí nos encontraremos con la Misericordia
infinita de Dios, sólo en la cruz podremos sentir y vivir esa misericordia, y
sólo desde nuestra cruz y desde la vivencia profunda de la Misercordia de Dios
en cada uno de nosotros, podremos ser Misericordiosos como el Padre. Porque la nuestra
no es Misericordia propia, no nos pertenece. Pertenece a Jesucristo. Él nos la
da en la cruz, para cada uno de nosotros, y para que los demás se sientas
acogidos y perdonados por el Padre, a través de nosotros.
“Yo solo soy un
instrumento del Señor. Al que se
acerca de mí, quisiera conducirlo
a El.”
Porque, conforme
vayamos siendo nosotros más misericordiosos con los demás, sentiremos más y
mejor la Misericordia del Padre.
Todos, por
experiencia, hemos pasado por etapas difíciles en nuestras vidas, todos hemos
tenido y tenemos que levantarnos y acostarnos con el peso de una cruz. Antes de
tener que hacerlo, yo observaba a mi Cristo de la Buena Muerte, a mi Amado
Crucificado, como un espectador, desde abajo. Pero mi propia cruz, me ofrece la
oportunidad de poder mirarlo ahora, como si estuviera a su lado, y no desde
abajo. Pero también me ayuda a mirar a los demás con esos mismos ojos que, como
nos muestra el logotipo del Año Jubilar, son los ojos de Dios.
La Ciencia de la
Misericordia, no es otra cosa, que la Ciencia de la Cruz, de la nuestra, de la
de Cristo. Yo sólo puedo dar gracias a Dios por llevarla, en la seguridad que
el Señor no nos pone pruebas que sean superiores a nuestras fuerzas, pues El
nos la dará de sobra. Misericordiosos como el Padre, crucificados como el Hijo,
con la fuerza del Espíritu Santo, y siempre, siempre, bajo la capa blanca
protectora de María Puerta del Cielo, y vestidos con el Santo Escapulario de la
Reina y Hermosura del Carmelo, prenda de la Misericordia de Dios.
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